jueves, 11 de noviembre de 2010

Parte 1 - 6

Capitulo 6: La masacre del centro comercial - 1


     Habían gritos, disparos y gemidos por todas partes. Se acercaban a una velocidad impresionante, no había forma de detenerlos a todos.

Recuerdo que alguien gritó “Dios nos ayude” y entonces Toby, John, Angel y yo reaccionamos. Corrimos en dirección de las torres de vigilancia, nos trepamos y rápidamente sacamos nuestras armas, comenzamos a disparar a  cuanta criatura veíamos, pero… eran demasiados. Y ahora se hallaban a solo dos calles de distancia.

John silbó; Una de las señales que habíamos establecido antes, era que si nos separábamos, silbar indicaría nuestra posición y debíamos correr para agruparnos nuevamente, ya que los ruidos fuertes atraían a los infectados. Todos bajamos al instante siguiente, todos menos Angel, el no conocía de la seña. Nos reunimos a unos metros lejos de la escalera de la entrada del centro comercial y entonces decidimos que lo más sensato en esos momentos de pánico masivo era… huir. No había otra forma, abandonar a estos sobrevivientes era la única manera de que nosotros pudiéramos seguir con vida. Era egoísta, pero no había otra forma.

Corrimos para avisar a Angel. Le dije en el oído que ya nos íbamos y el solo sonrió. Me siguió y entonces comenzamos a mirar en busca de alguna salida. No había ninguna. Todos los puntos estaban vigilados y los infectados venían de todas direcciones rodeándonos…

-¿Qué hacemos? -me pregunto John.

-Continuar con el plan. Debemos largarnos de aquí. –le conteste en voz baja

Solo quedaban unos minutos antes de que “ellos” comenzaran a escalar las vallas de alambre que rodeaban el supermercado. Había cientos de cadáveres quizás los que rodeaban la calle hacia nosotros. Pero no era ni una quinta parte de la muchedumbre que se nos venía encima.

Los guardias y demás supervivientes estaban aterrorizados. Tenían miedo como todos nosotros, no sabían qué hacer. Nadie quería morir.

-¡Todo el que sepa disparar un arma, tome una, apunte y ponga su dedo en el gatillo! –eso fue lo que grité.

No muchos me escucharon y ninguno me hizo caso.

-¡Oigan! ¡Escuchen, carajo! –Gritó John.

Lo mismo sucedió con John, todos nos miraban y podían escucharnos, pero el pánico era demasiado. Los controlaba por completo. Por suerte para nosotros, habíamos dominado el miedo rápido…

-¡ESCUCHEN! ¡¿QUIEREN MORIR, MIERDA?! –Toby gritó muy enojado.

Todos continuábamos intentando captar la atención de los demás, pero nadie nos escuchaba. Era una situación realmente desesperante. Los infectados comenzaron a escalar el muro de alambres que nos separaba de la muerte y en unos instantes ya se hallaban corriendo justo hacia nuestra dirección.

Tres disparos hizo Angel hacia el cielo. Y gritó:

-¡Silencio!

Todos reaccionamos. Éramos cerca de cincuenta personas las que nos encontrábamos afuera de la tienda y adentro quizás había unas cincuenta mas, sin contar a los niños y ancianos, claro.

Cuando me di cuenta que todos estaban callados, me dispuse a hablar.

-¡Tomen un arma, apunten y… disparen a todo monstruo hijo de puta que se acerque!

Pasaron tal vez unos tres segundos en los que nadie realizo ningún movimiento… nadie, salvo los infectados que corrían en busca de su cena.

Para mí, todo sucedía muy lento. Podía escuchar la respiración agitada de cada uno de los que nos encontrábamos ahí. Las luces de los reflectores de los puestos de vigilancia iluminaban muy bien toda el área. A pesar del pasto alto que había crecido en los alrededores, podías verlos y escuchar perfectamente sus pasos.

John tomó su rifle y disparó en dirección de la multitud que corría hacia su lugar. El sonido fue como la pieza maestra que derribó las demás piezas de dominó. Justo después, todos sacamos nuestros, bates, hachas, pistolas, rifles, palancas y todo objeto que pudiera ser utilizado como un arma y entonces esperamos a que nuestros intrusos se acercaran. Saque mi arma y arremetí todo mi cartucho de municiones hacia ellos, logré acertar en la mayoría de mis tiros. Docenas de cadáveres caían agujereados, llenos de sangre. Nos rodeaban, y no teníamos a donde huir, así que lo mejor para nosotros era hacer un “agujero” en su ataque. Un “túnel” que pudiera sacarnos de ahí. Llamé a un gran número de “compañeros”, y junto con mis amigos comenzamos a cercenar cabezas y agujerear cráneos. Eran demasiadas esas bestias y nuestros compañeros morían con el más mínimo error. Toby vació su arma demasiado rápido por lo que sacó un machete para defenderse. Las armas cuerpo a cuerpo no eran más que bombas de tiempo para cualquier sobreviviente. Un mero descuido y ya te encontrabas en la fila de espera de los recién llegados del club de los infectados. Mientras más pasos hacia adelante dábamos, mas infectados aparecían. Matábamos dos y cinco aparecían. A mi lado izquierdo, un muchacho de diecinueve años peleaba valientemente para poder regresar al supermercado y sacar a su novia de ahí y largarse. Era de cabellos dorados, ojos claros y cuerpo macizo. Tenía un bate de beisbol metálico de color gris. El y Toby hacían un buen equipo, él los aturdía de un “batazo” y Toby los remataba partiéndoles la cabeza en dos. Todo funcionaba de maravilla hasta que un infectado logro rasguñarlo, en ese instante su mirada quedo vacía, devastada. Estaba condenado a morir o convertirse en una de esas bestiales cosas. Lágrimas salieron de sus ojos y durante ese titubeo, un hombre infectado con mirada perdida, la boca ensangrentada y uñas negras por la sangre coagulada, lo tumbó. En el suelo yacía esperando su muerte con tanta melancolía, desesperación y decepción que me obligó a mirarlo directamente a sus ojos y dispararle en la frente. No tenía tiempo que perder, los infectados devoraban su cadáver y eso nos dio el tiempo necesario para continuar. Todos me vieron, pero nadie tenía aliento para decir algo. Solo continuamos nuestro camino. John vaciaba muy velozmente cada uno de sus doce cartuchos, sin dudar disparaba y acertaba cada tiro, era un experto en el manejo de las armas de fuego y los infectados caían ante él como patos en temporada de caza. A su derecha se hallaban dos mujeres; una mal encarada, tosca y con algunas cicatrices. Baja estatura, de ojos claros y de cabello lacio, oscuro y muy bien cuidado, tenía una revolver negro que cada tiró resonaba hasta Chelem. La otra, unos diez centímetros más alta que su amiga. De cabello castaño, ojos color miel y unas manos delicadas que nunca habían realizado algún trabajo rudo, su voz era dulce y demostraba mucho porte y gracia en sus movimientos, ella traía una pistola semiautomática. Era toda una damisela. Nadie pensaría que esas dos eran pareja. A decir verdad, la idea se me hacia algo atractiva…

Corríamos, éramos ocho los que nos abríamos paso sin parar. Habíamos limpiado las espaldas de los que combatían en el frente (los cuales no sabíamos que estaban siendo masacrados de una manera horripilante). Aún así, los infectados no paraban de llegar y el ruido que hacíamos con nuestros disparos y gritos no ayudaba en absoluto. Mi último cartucho se vació y pude ver un “Berseker” justo enfrente… y se me aproximaba. Me di por muerto, por supuesto.

John, Angel y un señor de edad un poco avanzada para encontrarse luchando contra monstruos, se dispusieron a dispararle a la imponente masa monstruosa de músculos y dientes, pero ninguno lograba acertarle. Y el simplemente los ignoraba, el venía por mí. Y cuando una de esas bestias te fija como su cena, considérate un cadáver. Se dirigía hacia nosotros cinco (yo estaba en medio de los demás) y entonces la chica ruda le atinó un disparo en su frente, es impresionante si tienes en cuenta que estos monstruos son rápidos como un jodido jaguar.

El “Berseker” tiene una característica peculiar. A pesar de agujerearle la cabeza, la única manera de “matarlo” definitivamente es… arrancándosela por completo del resto de su cuerpo. Y realmente nadie es tan idiota como para acercarse a uno de estos, es probable que por esto es que el “Berseker” sea de los infectados más letales que he visto y de los cuales no enfrentamos por nada del mundo; información un poco importante, aunque para la mala suerte de nuestra compañera, ella no tenía idea de qué clase de monstruo era el que ahora la había convertido en su presa (gracias a su atinado disparo). El “Berseker” se levantó del suelo luego de un par de segundos, abrió sus parpados y sus ojos cargados de sangre y furia se fijaron intensamente en ella. Se lanzó en su trayectoria con tal agilidad y rapidez que la muchacha apenas y pudo reaccionar. De un puñetazo en su pecho, la arrojó unos quince metros lejos de nosotros, casi regresándola al centro comercial. Al impactar en el suelo, se hallaba inconsciente, con casi todas sus extremidades rotas y con varias costillas y órganos completamente destruidos. La chica agonizaba y la criatura se abalanzo hacia ella una vez más, ahora para partirla en dos; con sus garras le atravesó el estómago y alejó en direcciones opuestas sus manos para abrirle su interior. Tomó su cuerpo mutilado y comenzó a beber su sangre de una manera grotesca. Su amante lloraba sin parar y corría hacia ella para auxiliarla pero John la detuvo, la tomó de la mano y continuamos alejándonos de aquella horrible escena.

Era obvio que los infectados tenían mayor número, eran más fuertes y además no tenían miedo de morir. Y es por esto que decidimos… retirarnos. Disimuladamente, claro.

Veíamos como contendían ambas fuerzas, como salían volando por los aires, los miembros de sobrevivientes e infectados. Cabezas, brazos, manos y mucha, mucha sangre. Era una cruenta batalla y era imposible que la ganáramos. Nosotros solo huimos y nos refugiamos en otro domicilio “prestado”.

A lo lejos aún podíamos escuchar los disparos, los gritos de dolor y de excitación que provenían de la batalla que daba lugar a unas cuantas esquinas de distancia. Luego de unos cinco o diez minutos, todo ruido cesó. Habían muerto todos, mujeres, niños, hombres, ancianos… daba igual. Para esas bestias, los humanos solo somos… comida.

Fue una muy larga noche, apenas y podíamos dormir, nos manteníamos alerta ante cualquier visitante indeseado.  ¿Fuimos cobardes? No. Me gusta pensar que no. ¿Fueron ellos muy estúpidos? Tal vez. La verdad, no tengo idea de lo que mi mente carburaba en esos momentos de completa desesperación, aunque…